Como simple primate, me dispongo a exponer opiniones a este sol informativo. Mis dedos teclean en letras de plástico intentando armonizar construcciones que saldrán de mi intuición, de mi deducción, de mi hermenéutica y de la descripción de mis sueños. En el fondo siempre se me dio mejor describir sueños que escribir realidades, ya que me peleé con el lenguaje a ojos descubiertos y a estas alturas del combate creo que sólo me queda perder dignamente a los puntos salvando el K.O. Desde esta reconciliación imposible, me dispongo a aletear como mariposa inquieta esperando consecuencia, pues la red es un mar de información donde millones de dedos tiran mensajes en botellas bebidas, esperando cómplices de otras orillas. Y pienso ahora: ¿qué más dará si antes nos aseguramos de que los leen quienes comparten naufragio? Espero que a alguien le interese la opinión de este niño que se perdió en un viaje hacia un futuro re-soñado.

sábado, 1 de junio de 2013

Comunidad

Las personas viven en una realidad física compartida. No obstante, existe otra realidad creada, la de la realidad política cuya autoridad localizada jerarquiza y segrega más que las montañas, los ríos, los desiertos y los mares. A lo largo de la modernidad, la ciudadanía y los derechos, las obligaciones y las oportunidades que derivaban de esta categoría social se establecían dentro de un contexto fronterizo, en una comunidad que recibía el nombre de nación. Mientras se conectaba el mundo por barco, por tren, por avión, por carta, por teléfono, por radio, por cine, por televisión y, finalmente, por Internet, esta comunidad estaba representada por una homogeneidad de caracteres, costumbres y comportamientos. He aquí donde se produce una paradoja entre la conexión de la comunidad global y la endogámica enfatización en la comunidad nacional.

Los medios técnicos que amplifican la conexión serán los que también garanticen la separación entre estas comunidades, que han vivido enfrentadas hasta el punto de que sus hijos e hijas nacían ya con enemigos ultrafronterizos frente a los cuales tendrían que morir o a los que tendrían que matar en el juego macabro de las banderas, que aún llena de tristeza nuestro presente y nuestra memoria.

En la «igual de vieja que el resto del mundo» Europa, será después de la segunda guerra mundial, y tras contemplar la aberración del imperialismo, cuando se inicien procesos de unión pacífica sin parangón hasta la fecha. Un proceso que, sin ser ideal, y con la excepción de la guerra de los Balcanes, ha servido para detener la hemorragia de inocentes jóvenes europeos perdidos en batallas contra iguales de diferente bandera, pero de misma condición social. En una escala mundial se crearon organismos internacionales que pretendían garantizar a la comunidad global una serie de reglas y de derechos universales. En la actualidad, estos procesos de unión y de emancipación común vuelven a estar afectados por las disputas entre iguales. Muchos jóvenes, y el resto de la sociedad que compone la ciudadanía, parecen no darse cuenta de que la precarización de sus condiciones de vida tiene un culpable común al que solo se le puede hacer frente de forma común. Su reto será demostrar de forma contundente que la sociedad existe, que resiste conectada, que se solidariza y se indigna entre iguales y que esta dispuesta a ganar la batalla a los individuos que se posicionan por encima de ella.

Hay que derrotar a la idea de que nos unen más nuestras banderas, costumbres, lenguas y caracteres que nuestra condición social, ya que los rasgos culturales se pueden escalar en diversas comunidades que se van integrando hasta formar una supuesta homogeneidad en un territorio físico determinado. Establecer los límites en forma de frontera a esta escala es la forma utilizada por la hegemonía social para garantizar la legitimidad identitaria de su poder y, de esta forma, disponer de la capacidad de imponer su autoridad favoreciendo una reproducción social cada vez más beneficiosa a su descendencia.  

La autoridad política del poder nacionalista, basada en la diferenciación y en la estratificación de las sociedades, carece de legitimidad cuando el ser humano sigue caminado por el globo que habita de forma común, mientras el poder nacional expresa su incapacidad de acción sobre la realidad social de la ciudadanía que habita entre sus fronteras. Vivimos la necesidad de gestionar el mundo físico bajo un marco de cuidado común para poder garantizar la continuidad de las condiciones ambientales que posibilitan la vida humana en el planeta. Todos y todas somos hijos de una sola humanidad, y de todos y de todas depende la gestión y el gobierno de la realidad física compartida. La única frontera es la que divide al 99% del 1%, pero conseguiremos derrocar ese muro con justicia y necesidad.